viernes, 13 de septiembre de 2019

Crujimientos cerebrales


Había algo espantosamente artificial en él, como esas manchas de arcoiris que suelen formarse en el pavimento. Sin embargo, no me refiero a ninguna clase de artefacto que pudiera subyugarlo con la sutilidad que los caracteriza a estos: el lograr introducir en los movimientos de los cuerpos sus relojes internos. Ya teníamos en claro ambos que los sistemas de cableado con sus órganos de plata, de cinc, de cobre, eran tan ciegos como él, sus vasos, sus venas. No, lo que lo poseía era más bien una ameba cristalizada, especie de agua viva fatal que flotaba eterna por sus abismos.

Pero con qué impunidad hablar de las celdas de vidrio si a fin de cuentas, uno está atrapado en la ameba de cristal. Qué lava transparente podrá volverlas líquidas, para después enfriarse y aunarlas, convirtiéndose así en una piedra más perfecta; una mezcla nocturna y ardiente, luego de un día soldando sin máscara o deambulando por el desierto de la sal.