sábado, 14 de septiembre de 2019

Notas sobre Paracelso

Libro V: Tratato de las enfermedades invisibles

Esta percepción por los ojos en la luz de la Naturaleza, aumenta la comprensión e indica claramente las cosas invisibles que nuestro arte ha de exponer y transformar en visibles.

Ahora explicaremos con un ejemplo el modo como debemos abrir nuestros ojos.

Tanta la Luna como el Sol son una luz. Sin embargo, así como la luz de la Luna no permite distinguir los colores, apenas aparece el Sol, todos los colores se ven y se reconocen distintamente.


La luz de la Naturaleza brilla mucho más que la misma luz del Sol y, según la comparación que os hemos dado entre las luces de la Luna y del Sol, así la luz de la Naturaleza luce más allá del poder de todos los ojos y de la penetración de todas las miradas. En esa luz las cosas invisibles se hacen visibles. Recordad pues la suprema calidad de su resplandor.

Es necesario creer en la realidad de las obras y vosotros debéis creer también, pues las otras dan siempre el testimonio de su procedencia y os digo que han de faltar siempre a aquellos que tengan poca fe.


Paracelso coloca como sustento del orden (las obras) el grado de fe de cada humano. Aquello disruptivo enfermizo tiene su procedencia de un observamiento turbio. Solo la luz de la Naturaleza posee la calidad suprema para percibir íntegramente al mundo con cada uno de sus planos y entretejidos.  


Cuando unas obras nos resulten visibles y aquello de donde proceden permanece invisible, debéis pensar que ello es así porque estamos fuera de su luz. Del mismo modo, cuando oímos en las tinieblas el tañido de una campana, invisible en esas circunstancias, vemos sin embargo la obra de la campana, que es su sonido; sólo si queremos ver de dónde proviene ese sonido, deberemos ayudarnos con la luz y proyectarla hacia el lugar de donde el sonido proviene, con lo cual, y sólo entonces, veremos la campana. 

La Luna es una de estas luces, pero es una luz obscura. El Sol en cambio ilumina más fundamentalmente. Por eso conviene que no nos conformemos con la luz que irradia de las mismas obras haciéndolas visibles, sino que nosotros mismos debemos poseer una luz mayor y más poderosa, que esté por encima de la propia luz de las obras.
La luz que irradia de las mismas obras haciéndolas visibles.